Jesús quiere que compartamos.
A medida que los días de Jesús se desarrollaban en la Tierra, atraía a multitudes cada vez más y más grandes. Estas multitudes no estaban integradas por personas ricas.
Estas multitudes no estaban relajándose en un centro de convenciones confortable y con aire acondicionado frío-caliente, con vendedores de maní en los pasillos y con puestos de venta en todos los rincones.
Estas multitudes estaban hambrientas. Estaban hambrientas de comida espiritual. Y estaban hambrientas de comida material para sus estómagos.
Los discípulos no querían encargarse de alimentar a todas estas personas que habían venido para estar cerca de Jesús. Cinco mil hombres estaban siguiendo a Jesús.
¡Quién sabe cuántas mujeres y niños estaban junto con ellos! Afortunadamente, un niño estuvo dispuesto a compartir la pequeña cantidad de comida que tenía –cinco panes de cebada y dos pescaditos.
Ninguna cantidad era demasiado pequeña para que Jesús la bendijera. Ninguna multitud era demasiado grande para que Jesús la alimentara.
Jesús tenía el poder para multiplicar el regalo del niño para satisfacer las necesidades de todos los que estaban presentes ese día.
Él tiene ese mismo poder hoy en día. Él quiere que compartamos para que él pueda trabajar a través de nuestras vidas y a través de las vidas de aquellos a quienes alcanzamos con el evangelio.